CLAVES PARA VALORAR EL ENTRENAMIENTO DURANTE LA ADOLESCENCIA

Artículo publicado en la revista Sportraining nº 92 (sep/oct 2020)

Autor: Mateu Cañellas Martorell

En menores conviven tres tipos de deportistas destacados, o alguna posible combinación de estos: los talentos, los deportistas madurativamente adelantados y los entrenados buscando el rendimiento inmediato. En este artículo hablaremos de estas tres tipologías de deportistas y cómo tenerlos presentes a la hora de valorar la adecuación del entrenamiento que aplicamos para nuestros jóvenes deportistas o elegimos para nuestros hijos.

Cuando un, o una, atleta joven destaca, suele producirse un cierto revuelo alrededor suyo augurándole un gran rendimiento de adulto, acompañado de “fama, dinero y medallas”. No obstante, la mayoría de estas jóvenes estrellas suelen acabar en nada, alcanzando un rendimiento más bajo de lo esperado o con un abandono temprano del deporte de rendimiento. Por ello, antes de volvernos locos alrededor de los resultados que un adolescente está obteniendo, intentemos entender cuáles son los mecanismos que determinan este temprano rendimiento y qué tipo de influencia tiene el entrenamiento que pueda estar realizando durante la adolescencia, tanto sobre su rendimiento actual como el futuro que ha de alcanzar.

Entrenamiento de construcción o entrenamiento de rendimiento

En la práctica diaria a pie de pista, durante la adolescencia, conviven dos tipos polares de entrenamiento: el entrenamiento de construcción y el entrenamiento de rendimiento.

El entrenamiento de construcción es aquel que busca construir a un futuro atleta, aprovechando las diferentes fases sensibles que su maduración biológica presenta, intentando alcanzar su máximo potencial genético heredado y desarrollando todos aquellos factores (como por ejemplo la capacidad neuromuscular compleja: fuerza explosiva y técnica) que serán claves en su rendimiento de adulto.

El entrenamiento de rendimiento busca resultados, en forma de marcas o títulos, inmediatos y básicamente en categorías menores, sin importarles el futuro deportivo del joven deportista (suele acabar con un abandono temprano del deporte bien por aburrimiento, estancamiento y/o lesión). Básicamente es un entrenamiento reducido de adulto. Es decir, presenta la misma estructura en cuanto a planificación y contenidos que un atleta ya formado, pero con menos volumen y, obviamente, intensidad.

La gran paradoja en estas etapas, y de ahí la importancia de que los auténticos profesionales de la tecnificación deportiva en menores lo expliquen incesantemente, es que el entrenamiento más acertado puede parecer que es el de rendimiento y no el de construcción. Obviamente, cuando un padre lleva a un hijo a una escuela deportiva o un club y gracias a los entrenamientos que ahí realiza va progresando rápidamente, mejorando marcas y ganando trofeos, todo apunta a que las cosas se están haciendo correctamente y que el entrenador, o la metodología elegida, es muy acertada.

No obstante, con una visión a largo plazo de la evolución de las jóvenes estrellas que han pasado por nuestro deporte, así como buceando por donde estaban en estas categorías menores los deportistas que finalmente han destacado en edad adulta, se puede observar que la transferencia de buenos resultados de categorías a adultos es escasa y mayoritariamente inversamente proporcional. Por supuesto que hay excepciones, aunque éstos suelen estar más asociados a ese 1 por 1.000 que suele ser talento puro que aquellos que han sido fruto del proceso de entrenamiento.

Por lo tanto, es un grave error valorar la adecuación del entrenamiento deportivo durante la adolescencia por los resultados deportivos que se obtienen gracias a él, siendo esta afirmación más categórica cuanto más joven es el deportista y menos cierta cuando más cercano se encuentra a su yo maduro.

 

El espejismo de la maduración y el rendimiento en jóvenes deportistas

Los menores están creciendo y madurando, por ese simple hecho su rendimiento físico aumenta sin necesidad de entrenamiento.  Si jugamos un partido de futbol, los de 1º de la ESO contra los de 2º, estos últimos ganarán seguro y de goleada (a no ser que haya un talento de verdad -Messi- entre los de 1º que desequilibre la balanza, pero eso es otra cosa). Pero, si este mismo partido lo realizamos enfrentando a los de 3º con los de 2º, no serán los de 2º los que ganarán, la goleada se la meterán los de 3º.

La correlación de este hecho es la maduración, simplemente la media de un año más acumulado en cada curso da como resultado un mayor desarrollo físico y, por consiguiente, un mayor rendimiento físico.

En el punto anterior nótese que hablo de la media de un año de desarrollo acumulado en cada curso. No todos los niños maduran a la misma velocidad (esto lo dejaremos para otro artículo), por lo que la progresión de un único niño/a tanto en su maduración corporal como en su rendimiento deportivo no es uniforme, pero sí que podríamos encontrar esta uniformidad en progresión de la media de un curso.

Lo expuesto hasta el momento puede comprobarse “científicamente” en las gráficas de la imagen 1. Podemos observar que todas las cualidades físicas aumentan por el simple hecho de acumular años en edades tempranas. Estas gráficas están sacadas de la batería Eurofit y otros estudios recopilados por Miguel Vélez, y son gráficas obtenidas en estudios de la población en general, es decir, sin sesgo deportivo.

Figura 1

Obviamente, si el joven o la joven entrena, su mejoría será mayor. Rápida, y con un corto periodo de vida deportivo, si éste está orientado a los resultados, y más lenta, pero con mayores niveles de rendimiento en la vida adulta, si está orientado al proceso y a la construcción de un futuro atleta.

¿Hasta qué edad la maduración física beneficia al rendimiento?

La Pregunta clave ahora, ¿hasta qué edad la evolución en la maduración física beneficia a la mejoría del rendimiento físico?, o lo que es lo mismo, ¿hasta cuándo puede enmascarar el crecimiento natural de un/a joven atleta el buen/mal hacer de un entrenamiento?

La respuesta es fácil de responder conceptualmente, aunque algo más difícil de aplicar prácticamente. La maduración impulsa el rendimiento deportivo hasta que ha terminado la adolescencia en chicos y hasta que se ha iniciado el cambio de cuerpo de niña a mujer en las chicas.

En la imagen 2 podemos observar cómo evoluciona una de las hormonas clave en el desarrollo de las características secundarias masculinas y en el anabolismo muscular general, la testosterona, y su diferente concentración en relación con el género del sujeto. Como se puede apreciar, los chicos tienen una progresión continua ascendente de la testosterona (hormona predominantemente masculina) durante toda su pre y adolescencia, mientras que en las niñas ésta se genera en pequeña cantidad a lo largo del tiempo y sin apenas cambios o picos de mayor concentración. Sí, no obstante, en las chicas se produce un aumento constante y paulatino de los estrógenos (hormonas predominante femeninas) durante la adolescencia que se mantienen constantes hasta la menarquia (el ciclo de esta hormona no está representado).

Figura 2
Género y evolución de la fuerza relativa en la adolescencia

Como podemos ver en las gráficas de las imágenes 3 y 4, la evolución de estas dos hormonas condiciona, a su vez, la evolución de dos parámetros fundamentales para el rendimiento deportivo: la evolución de la fuerza máxima y la composición corporal. Es decir, ambas hormonas tienen efectos muy importantes sobre el desarrollo de la masa magra del sujeto y del porcentaje graso que esté presente. La testosterona favorece el anabolismo muscular, es decir, la ganancia de fuerza; por otro lado, los estrógenos favorecen la acumulación de grasa y el desarrollo del cuerpo de mujer en las chicas (caderas más anchas, desarrollo de las glándulas mamarias, etc).

Con ello tenemos que, la evolución del peso de los chicos durante la adolescencia viene determinado mayoritariamente por un aumento de la masa magra, y el aumento de peso de las chicas viene determinado por un porcentaje alto de acumulación de grasa y mucho más bajo de músculo. El resultado es que la fuerza relativa aumenta en los chicos y disminuye en las chicas, al ser ésta determinada por la ratio entre fuerza y peso.

Este punto es clave para saber cómo afecta al rendimiento la adolescencia en función del género. En chicos todo rema a favor, el simple hecho de madurar posibilita la mejoría deportiva. En chicas, por el contrario, en los deportes condicionados por la fuerza relativa (la mayoría), el proceso de maduración disminuye el rendimiento. (Gráficas de Miguel Velez y Otros)

Figura 3
Figura 4

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 La ventana anabólica de las chicas

En este punto cabe apuntar que, en las chicas, no siempre se da un proceso negativo en cuanto a rendimiento y maduración. En un determinado punto de este proceso, y para las chicas con un perfil de velocidad de crecimiento lento, existe una ventana anabólica que posibilita un momento dulce para el rendimiento.

Una vez iniciada la adolescencia, existe un periodo muy concreto en donde la hormona DHEA (ver de nuevo imagen 2), con alto poder anabólico, tiene un pico máximo, e irrepetible en la vida de las mujeres, que posibilita un alto rendimiento deportivo si es combinado con un, aún, cuerpo de niña, en donde la fuerza relativa alcanza su mayor ratio.

Este punto de alto rendimiento deportivo se produce al aumentar la fuerza, por el efecto de esta hormona, y no haber cambios en las dimensiones corporales, al estar la adolescente manteniendo aún sus medidas antropométricas infantiles. Además, si a esto se le une una velocidad de crecimiento lento, que denominamos perfil de maduración retardado, caracterizado por ratios de estrógenos menores, que posibilitan una mayor duración en la obertura de dicha ventana y un menor desarrollo de los caracteres femeninos secundarios (voluptuosidad), la combinación es perfecta para que, con un entrenamiento orientado al rendimiento, los registros y resultados de la joven, que presenta este perfil, sean destacados. (Gráficas de Miguel Velez y Otros).

No obstante, la maduración llega, los cambios corporales se producen, mínimos en las adolescencias con una velocidad de maduración retardada, pero se producen. Además, el pico de la DHEA no es eterno así que el factor anabólico también desaparece. En este momento el rendimiento de las chicas disminuye, con la consecuente desilusión y/o posibles problemas alimenticios si esta disminución del rendimiento lo asocia al cambio de cuerpo de niña a mujer con el aumento de peso asociado.

Así, el entrenamiento que ha potenciado el talento de una joven deportista, con un perfil de maduración lento, para conseguir resultados competitivos destacados y no para desarrollar la base neuromuscular adecuada, que le permita superar rápidamente esta disfuncionalidad corporal, ha hipotecado el futuro deportivo de ésta en pos de fama y resultados “cortoplacistas”. En cambio, el entrenamiento que, conociendo esta situación, aprovecha para construir neuromuscularmente a una joven atleta, habrá aprovechado este momento único, en el desarrollo de las mujeres, para construir el futuro deportivo de una deportista destacada en categoría absoluta.

Cómo debe de valorarse la mejoría deportiva en menores

Con todo lo expuesto hasta el momento, lo que parece obvio de valorar un entrenamiento, o el entrenador que ha elegio aplicarlo, en función del rendimiento deportivo cuantitativo (marcas y triunfos) de un niño/a o adolescente es un error. Más aún cuando la metodología del entrenamiento está orientada a ello aprovechando el viento a favor de la maduración para rendir en vez de para construir a un futuro atleta.

Los jóvenes mejoran por el simple hecho de crecer. Los chicos con un proceso continuado en el tiempo hasta el final de la adolescencia y algunas chicas hasta que la ratio fuerza/peso les disminuye. Si queremos valorar a un entrenador, o a su entrenamiento, por los resultados de sus atletas, habría que valorarlos en función de los atletas que han ayudado a alcanzar el rendimiento máximo en su vida adulta dividido por el número de jóvenes promesas que se han enterrado por el camino.

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Valoración cualitativa, no cuantitativa

El buen hacer de un entrenamiento en categorías menores tiene que venir valorado en función a su mejoría cualitativa. ¿Tiene mejor técnica? ¿Le hemos dotado de una riqueza psicomotriz que le permite adaptarse rápidamente a los cambios de altura y peso de los artefactos competitivos? ¿Ha mejorado en fluidez, precisión o eficacia en sus gestos técnicos?

Las respuestas a estas preguntas, y otras muchas parecidas, serán la clave para poder valorar el buen hacer del entrenamiento, en muchos casos, indiferentemente, a los resultados deportivos conseguidos,

Cabe recordar que en categorías menores el rendimiento atlético obtenido está determinado por tres causas principales y sus diferentes combinaciones posibles (siendo las dos últimas citadas las que mayoritariamente determinan los resultados deportivos destacados en menores):

  • Grado de talento genético (el “Messi” citado al principio).
  • Grado de maduración sexual.
  • Cantidad de entrenamiento especializado que acumule.

La evolución de la técnica es un gran indicador

Es decir, si al joven atleta le cuesta mejorar año tras año, y solo lo logra al final de la temporada con series específicas para la puesta en forma, o peor, si con los años en vez de mejorar, empeora la técnica, es para plantearse el tipo de entrenamiento que estamos aplicando. Repetimos, el atleta menor ha de mejorar cualitativamente.

Es decir, el joven atleta cada vez tiene que ser técnicamente más eficiente, y la mejoría deportiva debe de ser fruto de su construcción como atleta y no de procesos de puesta en forma típicos de adultos.